Es difícil situarse en una época histórica
determinada. Algunas novelas, algunas películas, lo consiguen con cierto éxito.
No se trata ya de que no aparezca un teléfono móvil en una película de romanos,
o las roderas de un camión en medio del paisaje. Se trata de dar con la clave,
el color, la atmósfera, el feeling que pudo haber tenido esa época (intentar
aproximarse al inconsciente colectivo que se vivía, que diría Carl G. Jung),
tan alejada ya de nosotros y de nuestros días. Son ya los tempos, los ritmos,
los gestos de otra época; sus valores, intereses, motivaciones profundas y
superficiales; en toda una variopinta gama de individuos y clases o tipos
sociales, intrigantes y misteriosos para nosotros, ajenos a nuestro sentir y hacer,
a nuestra comprensión.
Sin ir muy lejos en el tiempo, leyendo a Proust,
nos damos cuenta de lo lejos que pueden haber quedado de nosotros simplemente
cien años (pues Proust nos describe su época desde adentro, desde la mirada de
sus propios tics, manías y psicopatías… y de las de los demás: desde el
subjetivismo). Si pudiéramos tener un relato así de una época y un lugar del tiempo de los romanos, o
de la Edad Media, sería como poseer un verdadero tesoro histórico (aunque
alguna cosa hay, creo). Proust es el meollo de una época, su verdad interior,
su psicología y patología, mucho más que una descripción externa. Podemos con
él aproximarnos a un viaje real, un verdadero conocimiento de una época. Pero
es difícil realizar ese viaje cuando se trata de épocas muy lejanas como la
medieval o el Imperio Romano. Si a veces es difícil ya reconstruir las motivaciones,
intereses y complejos de nuestros propios padres, de tan solo una generación
más allá. ¿Quién que viviera de verdad y auténticamente la época Hippie sería
capaz ni tan sólo de hacérsela sentir y comprender a sus hijos? O quién viviera
la Guerra Civil española o la segunda guerra mundial… Se requiere una gran
motivación para situarse en tales “Tiempos” históricos, un irse aproximando
cada vez más, paulatinamente, sabiamente, a un equilibrio de ingredientes,
valores y circunstancias que ya no existen. Afortunadamente en muchos casos
tenemos la literatura de la época, una gran aportación que debemos encajar
hábilmente con todo lo demás, con la poliédrica y en muchos aspectos oculta
“verdad” de una época.
Qué ocurrirá entonces si pretendemos situarnos en
una época de la humanidad realmente lejana, como por ejemplo la medieval del Gótico
o el Románico. Gótico y Románico se encuentran muy diferenciados el uno del
otro a pesar de pertenecer ambos a la Baja Edad Media. ¿Pero qué significan
esas ampulosas clasificaciones históricas, que nadie de esa época llegó jamás a
oír ni a imaginar? A ningún hombre de la Edad Media se le oyó decir jamás que
era de la E.M., describirse a sí mismo como de esa época (porque estaban
inmersos en ella, ellos mismos eran la Edad Media).
Desde la perspectiva que nos dan los siglos, ahora vemos claramente dos períodos diferenciados en lo que va desde el año 1000 de nuestra era hasta digamos principios del siglo XV, en que se va consolidando lo que en algunos países europeos comienza ya antes como una tendencia humanista que corre paralela a los nuevos descubrimientos geográficos: El Renacimiento. Podríamos decir, con la certeza de la inexactitud que ello conlleva, que los siglos XI y XII se caracterizan por el arte preeminentemente rural que llamamos “Románico”, mientras que los siglos XIII y XIV se caracterizan por un arte y un espíritu mucho más marcado por la influencia urbana de las ciudades que de nuevo recobran su importancia tras un largo periodo de decadencia y despoblación. Aparecen nuevos núcleos de población y crecen las ciudades que ya existían. Por el contrario, el año 1000 es para la Europa Occidental un mundo rural, con las ciudades que habían existido anteriormente en el mundo romano en plena decadencia, con las comunicaciones y rutas que tan eficientes habían sido en el mundo romano para la administración, el comercio y la movilidad del ejército completamente deterioradas o destruidas, dejando los núcleos de población aislados los unos de los otros, y zonas aún aisladas dentro de sí mismas, propiciando la subsistencia basada en los recursos de la autonomía local a una escala que prácticamente excluía el comercio y el intercambio de bienes. Se consumía lo que se producía en el mismo terruño, y la caza, y los productos agrícolas de la tierra y la ganadería eran prácticamente los únicos bienes disponibles, junto con alguna industria doméstica.
Los dos siglos posteriores al año 1000 se caracterizaron por lo que hemos llamado “Arte Románico”. El aislamiento y la regresión del comercio favorecen la tendencia hacia la interioridad, que en este caso se traduce en la vivencia del sentimiento religioso introvertido. Las individualidades se disuelven en el sentimiento común que propicia una religión cuyas metas están más allá de este mundo. Un mundo que pierde importancia a los ojos de hombre. No hay mucho más que hacer que sobrevivir, subsistir y confiar en una vida más allá de la muerte libre de sufrimientos a la diestra de Dios Padre, que perdonará nuestros pecados (nuestra misma imperfecta existencia) y nos acogerá en su seno. Tras las incertidumbres e invasiones que rodearon el cambio de milenio, quizá ésta sea la época en que el Cristianismo es vivido más pura y auténticamente, con mayor intensidad. Y se corresponde con el afianzamiento y triunfo del Cristianismo en toda Europa, incluso en regiones periféricas recientemente evangelizadas y convertidas. No tardará en llegar la reivindicación del Cristianismo frente al mundo exterior, que se traduce en un optimismo y una fiebre religiosa que aspira a recuperar los Santos Lugares, Tierra Santa, que se encuentra en manos de una religión impía. Ello quizá suponga un síntoma de que el Cristianismo se ha consolidado y unificado por fin definitivamente, aun con la carga del reciente paganismo aún muy cercano y vivo en muchos pueblos y regiones, y siente la necesidad de autoafirmarse, no sólo ya ante sí mismo, sino también ante el espejo de otros pueblos y culturas diferentes. Es la época de las cruzadas. Se consolida también el sistema feudal, y el Mundo (Europa Occidental) entra en una cierta estabilidad y equilibrio social (aunque claramente injusto) con tres estamentos sociales principales: guerreros, clérigos y siervos. No es un mundo en paz, pues las guerras de los señores feudales por el territorio y la primacía son continuas, pero seguramente fue mejor que lo que existía en los siglos inmediatamente anteriores. En todo caso, sólo la religión puede proporcionar un alivio de la vida cotidiana, al miedo o la incertidumbre de las enfermedades y epidemias, las malas cosechas o la destrucción arbitraria que propician las guerras. Solo la religión puede proporcionar sentido a un mundo que carece de él. Difícil situarse en ese mundo, encarnado en guerrero, monje, labrador, siervo, miembro de una orden monástica o militar, o ambas cosas a la vez.
Pero con el correr
de los siglos se aprecia un cambio. Las ciudades crecen y van tomando cada vez
mayor peso frente al mundo rural. Con una mayor paz y seguridad en los caminos
el comercio florece y nace una nueva clase: la burguesía. También los artesanos
establecidos en las ciudades, espacios de relativa libertad frente al poder
feudal, prosperan y se organizan. Y renace un nuevo interés, ahora no ya solo
por la religión, por las cosas de Dios, sino también por el mundo. Aun siendo
una sociedad volcada en la religión (y también en los valores guerreros por
parte de los señores), en un par de siglos a partir del año mil va cambiando la
mentalidad (el paradigma) y se hace más abierta, más extrovertida. Si situamos
en un eje vertical, arriba los valores guerreros, espirituales y religiosos, y
abajo los comerciales, laborales, técnicos e incluso los intelectuales, está
muy claro que el Románico se situaría quizá en el punto más alto o extremo de
ese eje, y el Gótico habría descendido claramente en buena medida hacia el otro
polo, el de la Naturaleza, el mundano, el del pensamiento y el raciocinio, el
del goce del cuerpo y de la vida terrenal, el del mundo de los sentidos; hacia
lo que la religión hasta hacía poco había despreciado como “Mundo”, uno de los
tres “enemigos del alma”, junto al demonio y la carne. Es una tendencia que
desembocará en el primer Humanismo, que a mediados del siglo XIV en Italia
(Florencia) comenzará a colocar al hombre como centro de todas las cosas frente
a la mentalidad teocéntrica anterior. El centro de gravedad de la cultura,
visión y espíritu de la época ha
descendido de Dios hacia el hombre, y más adelante seguirá descendiendo más y
más hasta situarse en el punto de saturación en que nos encontramos en la
actualidad, en que la supremacía, el
dominio y el centro de interés pertenece ya unilateralmente a la
técnica, la ciencia, la materia y la economía. Y en el paso del Románico al
Gótico, eso que a casi todos nos tocó estudiar en el colegio o el instituto
dentro de la asignatura de Historia del Arte, podemos ver el inicio de esa
tendencia a descender del centro de gravedad de la cultura, desde su punto más
extremo de arriba, correspondiente al espíritu, a la vivencia de Dios y la
religión, iniciando un viaje alrededor de los siglos hacia el extremo de abajo,
el mundo físico y la materia. No cabe duda de la existencia de ese eje. También
podríamos determinarlo entre los polos ESPÍRITU --------------------- MATERIA,
o IDEALISMO --------------------- MATERIALISMO en filosofía, aunque nosotros
preferimos referirnos a él como la dualidad ABSOLUTO ------------------
RELATIVO.
Sin duda, esos pasos
de un escenario histórico a otro, no tienen lugar por una única causa o factor.
Es como si un nuevo espíritu descendiera sobre el mundo haciendo cambiar todo a
la vez, la vida cotidiana, la filosofía, el pensamiento, las costumbres, las
técnicas (agrícolas, de riego, de navegación, etc., en la Edad Media), las
comunicaciones, las relaciones sociales, los inventos, los adelantos
científicos, las modas, el arte, el comercio, la percepción de la religión,
etc., etc., etc., sin que uno de los factores pueda identificarse como la causa
que produce el cambio, sino que cada uno y todos influyen y actúan unos sobre
otros como mágicamente sin que pueda atribuirse a uno sólo la causa del cambio
o la evolución. Todo ello recuerda bastante el pensamiento de Hegel:
“Un
río está en constante cambio, pero no por ello deja de ser un río auténtico en
cualquiera de sus tramos; lo mismo ocurre con la Historia: fluye como como el
curso de un río, pero cada época tiene su contenido y valor histórico…”
“Cada
pequeño movimiento del agua en un punto dado del río está en realidad
determinado por la caída del agua y por sus remolinos más arriba. Pero también
está determinado por las piedras y los meandros del río justo en ese lugar
donde tú lo estás mirando… “
“También
la historia del pensamiento, o de la razón, se puede comparar con el curso de
un río: todos los pensamientos que vienen “manando” de las tradiciones de
personas que han vivido antes que tú, y las condiciones materiales que rigen en
tu propia época, contribuyen a determinar tu manera de pensar. Por lo tanto no
puedes afirmar que una determinada idea sea correcta para siempre. Pero puede
ser correcta en la época y lugar en que te encuentras…”
Así pues, nos
encontramos con la iglesia románica rural del siglo XI, insertada en el campo,
con sus gruesos muros necesarios para soportar los amplios arcos de medio
punto, que crean tensiones laterales que deben contrarrestarse con los rústicos
y macizos contrafuertes en el exterior. Este sistema de construcción no permite
grandes aberturas en los muros, por lo que las ventanas son pocas y pequeñas,
dejando pasar poca luz. Es un edificio introvertido, orientado hacia su
interior en penumbras, que invita al recogimiento y al aislamiento del mundo
del exterior, a la vivencia introspectiva de los dogmas y pasajes sagrados de
su religión. La realidad externa es dura, incierta, y en el recogimiento del
templo tenemos la certeza de que nos espera otra realidad que nos liberará de
ésta más allá de la muerte. Y en el templo trascendemos ya nuestra condición
temporal poniéndonos en contacto con esa otra realidad. Es una evasión, un consuelo
necesario, imprescindible, porque no se puede esperar mucho de este mundo. Y
que nos lleva a anticipar, a hacer una ya con nosotros esa ultra realidad, esa
vida eterna que nos ha sido prometida y que sustentamos mediante la fe, participando
ya en cierta manera a través de ese estado de conciencia que el templo nos
induce de esa Realidad prometida, haciendo que se haga real ya aquí, en este mundo.
En el ábside se encuentra presidiendo el altar un “Pantocrátor”, representación
simbólica, casi esquemática de Cristo sentado en un trono a la manera de
un emperador de la época, dentro de una orla en forma de almendra con los
símbolos de los Cuatro Evangelistas (Tetramorfo) alrededor: el Águila (San
Juan), el Toro (San Lucas), el León (San Marcos) y el Ángel (San Mateo). Todas
las paredes y el techo de bóveda están recubiertos de pasajes de las Sagradas
Escrituras, sin dejar apenas huecos. Las figuras son toscas, de trazos gruesos
y colores brillantes, muy esquemáticas, simbólicas, poco naturalistas, porque
de lo que se trata es de imbuir en un pueblo analfabeto en su mayor parte la
Historia Sagrada y los dogmas y verdades del Cristianismo. Las pinturas tienen
una función didáctica. Esa es la manifestación principal de la arquitectura de
esa época, junto con la de los castillos.
*
*
Muy diferente es ya ciertamente la catedral gótica. El mundo ya ha cambiado en unas cuantas generaciones, los caminos son más seguros y practicables, el comercio y la artesanía han florecido y ha aparecido una nueva clase social, la burguesía, que cada vez desempeña un papel más importante en las ciudades, que a su vez se han ido desarrollando y aumentando en habitantes, emulando ya las ciudades del antiguo Imperio Romano antes de su decadencia, despoblación y abandono. La ciudad, el mundo urbano, con todas las características y cualidades que este implica, mercados, ferias, comercio, artesanía, intercambio de ideas, libertad frente al sistema feudal, participación de esas nuevas clases en las políticas locales, y tantas otras cosas más, constituye ya un mundo diferente frente al mundo casi exclusivamente rural anterior, Es un mundo más extravertido, enfocado hacia la realidad externa. La religión, ocupando aún un lugar preponderante en la vida de los hombres, ya no es lo único que importa. Hay otras cosas. La prosperidad material recobra importancia, y hasta una nueva preocupación por el conocimiento hace su aparición más allá de las abadías y monasterios, proliferando en el siglo XIII cada vez más centros de estudio de diversas ramas (derecho, medicina, teología) algunos precisamente al amparo de las catedrales. El templo que aparece en esta época es muy distinto al Románico. Gracias al arco ojival y la bóveda de crucería la estructura de los edificios y templos se hace más esbelta. Se gana en altura y las ciudades empiezan a competir unas con otras en la construcción de las catedrales más bellas, altas y grandiosas. El nuevo sistema de construcción (ayudándose por esbeltos arbotantes exteriores que refuerzan las columnas y los arcos y que sustituyen los toscos, sólidos y macizos contrafuertes de las iglesias románicas) permite ahora la abertura en las paredes de grandes ventanales que son cubiertos con espléndidas vidrieras coloreadas representando escenas religiosas, a través de las cuales penetra la luz tamizada a raudales, iluminando así los amplios espacios del interior. Se consigue así un juego con la luz y el espacio completamente ajeno a las iglesias románicas. Los robustos muros son sustituidos por esas grandes aberturas que permiten el paso de la luz, y el templo se abre al mundo. Es la forma expresiva del Gótico, inseparable de las transformaciones culturales y sociales que han tenido lugar desde el Románicio.
El espacio y el
pensamiento han entrado en la vida de los hombres. Se ha redescubierto a
Aristóteles, y Santo Tomás de Aquino lo ha readaptado para el Cristianismo,
sustituyendo así hasta cierto punto la influencia omnipresente que el
platonismo había tenido desde muchos siglos atrás en la filosofía cristiana a
través de San Agustín. Claramente, el centro de gravedad de la cultura ha
bajado, en nuestro eje antes considerado, con respecto a la época anterior del
arte Románico. La religión ya no se yergue como centro exclusivo alrededor del
cual gira toda la actividad cultural. Santo Tomás reclama un lugar para la
razón, que forzosamente cree que ha de estar en armonía con los dogmas y
doctrinas de la religión, aunque siguiendo un camino autónomo e independiente.
Pero… ¿eso es bueno
o es malo?
Una observación: hemos empleado aquí términos como "extrovertido" e "introvertido", que originalmente corresponden a la psicología, concretamente a los dos primeros tipos psicológicos planteados por Carl. G. Jung. Ello da que pensar, porque es como aplicar categorías psicológicas al arte y a épocas o períodos históricos. Pero... ¿sería entonces factible hacer una "tipología" de la historia?
Una observación: hemos empleado aquí términos como "extrovertido" e "introvertido", que originalmente corresponden a la psicología, concretamente a los dos primeros tipos psicológicos planteados por Carl. G. Jung. Ello da que pensar, porque es como aplicar categorías psicológicas al arte y a épocas o períodos históricos. Pero... ¿sería entonces factible hacer una "tipología" de la historia?
* Foto Iglesia de Sant Climent de Taüll por Alejandro Blanco CC BY 2.0
No hay comentarios:
Publicar un comentario