domingo, 20 de octubre de 2019

DEMÓCRITO, PARMÉNIDES Y EL BIG-BANG


DEMÓCRITO, PARMÉNIDES Y EL BIG-BANG. (del antiguo NAUTILUS)
 

               Desde hace ya bastantes años, vengo siguiendo, dentro de lo que buenamente es posible entender a personas no especializadas, los avances científicos en materia de cosmología, astrofísica, física de partículas..., es decir, todas esas ramas de la ciencia que se aproximan cada vez más a lo que en filosofía sería la metafísica. Creo que es fundamental que los pensadores de hoy en día tengan una idea lo más fiel posible de las nueva teorías que intentan dar cuenta del comportamiento del mundo físico. La filosofía occidental tuvo que transformarse, hace ya unos siglos, para dar cabida a la "nueva ciencia", la ciencia moderna, caracterizada por la observación de la naturaleza, el método experimental y la matematización de los fenómenos. Copérnico, Galileo y Kepler prepararon el terreno a Newton, pero la cosa no se detuvo ahí, dando paso en nuestros días a la Teoría de la Relatividad de Einstein y a la física cuántica. Pero ¿es posible, para las personas no especializadas, que ni siquiera tenemos una carrera de ciencias, acceder de alguna manera a unas teorías que requieren años y años de arduos estudios a las mentes más dotadas, teorías que se exponen a través de complicadas ecuaciones sobre cuyo significado y traducción para el ámbito del mundo familiar que nos es asequible aún no se han puesto de acuerdo ni siquiera los propios científicos que las crearon? ¿Hasta qué punto la divulgación científica puede acercarnos a los no iniciados a lo que pueda significar la nueva lectura de los procesos y fenómenos observados en la naturaleza? La  Teoría de la Relatividad ya supuso una revolución para nuestra forma clásica de concebir el universo. Pero su descubridor, Einstein, con toda su genialidad no fue capaz de aceptar a su vez las consecuencias que conllevaba la física cuántica para el pensamiento.

                 Hoy, los autores de divulgación científica intentan que seamos capaces de acceder a todas esas paradojas y maravillas cuánticas y relativistas que nos dejan estupefactos al trastocar concepciones sobre el mundo que dábamos como inamovibles y obvias. Una de ellas, sin duda la más popular y difundida, es el mismísimo Big-Bang, la singularidad primordial de la que se originó el universo. Curiosamente,  tanto científicos como filósofos parecen de acuerdo en restar a esta divulgada teoría-idea la importancia  y popularidad que ha adquirido para la gente de a pié. Los científicos no quieren saber nada que huela a metafísica,  ni de lejos: su  método quedaría desvirtuado si dejara paso a conjeturas y especulaciones que van más allá de lo medible y cuantificable. Para ellos el Big-Bang es una teoría cosmológica a la que se ha llegado a través de la aplicación de otras teorías ya probadas experimentalmente, y no pretende jamás ir más allá de la realidad científica (pues ello representaría para ellos una pérdida y menoscabo en términos absolutos). Para los filósofos, el Big-Bang es visto como un atajo pueril en el camino que conduce al absoluto, un recurso cómodo proveniente de un campo técnico-experimental  para no tener que  esforzarse en penetrar en los intrincados devaneos que conducen al SER.

            Sin embargo, los científicos no han tenido nunca reparos en utilizar la antigua terminología griega para sus nuevos conceptos y descubrimientos. Así, el "átomo" (indivisible), término con el que Demócrito y Leucipo designaron a las partículas indivisibles fundamentales que formaban la realidad, ha sido utilizado también por los científicos modernos para dar nombre a lo que ahora conocemos como átomos. De este modo, ello nos transmite la idea errónea de que Demócrito y Leucipo descubrieron ya por aquellos tiempos el átomo, tal y como lo conocemos ahora. Y nada más lejos de la verdad. Mientras los científicos actuales llegaron a postular (y más tarde corroborar experimentalmente la existencia de los átomos a través de la observación empírica del comportamiento de la materia (*), los filósofos griegos llegaron a la conclusión de su existencia a través de lo que podríamos llamar "imperativos filosóficos". Para entender esto último hemos de introducir aquí a otro filósofo griego anterior a estos dos: Parménides de Elea. 


            Parménides llevo a cabo una diferenciación de la reaidad en dos, el Ser y la Nada. El ser estaba constituido por todo aquello que es, o si se quiere, que existe.La Nada, el otro término, estaba constituida por nada. "Sólo el Ser es, el No-Ser no es". Si la Nada no era, en definitiva, sino nada, de ella no podía generarse cosa alguna; de la Nada, nada podía llegar al Ser. Se ha discutido mucho, tanto en los tiempos modernos como en los antiguos, sobre el verdadero significado de la filosofía de Parménides, pero lo que queda claro es que los antiguos que siguieron a Parménides interpretaron la cosa radicalmente, a la tremenda. Si la Nada no existía y sólo existía el Ser, éste forzosamente debía ser inmóvil y eterno (dado como definitivamente resuelto en su perfección), en un sentido drástico y literal; y como todo lo que existía formaba parte del Ser, la conclusión inmediata de todo ésto era que "EL MOVIMIENTO NO EXISTE". Ésto, que puede parecer la mayor tontería para el pensamiento moderno, llevaba de cabeza a los filósofos de aquellos tiempos. En definitiva, yo creo que sucedía lo siguiente: para mantener la necesidad de la existencia de "EL ABSOLUTO" se le atribuían términos y nociones como "inmovilidad" y "eternidad", que si bien eran válidos en un sentido evocador simbólico-subjetivo, no lo eran al ser aplicados en el sentido literal conceptual-ojetivo. Pero muy posiblemente, los griegos de aquella época no eran capaces aún de diferenciar entre ambos aspectos de la realidad (que veían como fundidos en uno sólo). Si se admitía pues el ABSOLUTO en los términos en que lo describía Parménides, ello hacia imposible la existencia de lo RELATIVO, es decir, del cambio, del movimiento, y en general, el mundo cotidiano tal y como estamos acostumbrados a vivirlo. Es a ésto a lo que se ha denominado la "paradoja eleática", pues Parménides era de Elea (colonia griega de la costa Oeste de Italia). 

            Y aquí viene el átomo. Demócrito y Leucipo, como último recurso para admitir la realidad del movimiento, tuvieron que postular unas partículas elementales, invisibles por su pequeñez, los átomos, indivisibles, eternas como el Ser de Parménides, que constituían, no ya el Ser, sino lo Lleno; partículas que se movían a través, no ya de la Nada, sino del Vacío, y que chocaban entre sí y se ordenaban convenientemente para constituir la realidad observable.

            Posteriormente, otros filósofos olvidaron el Ser y olvidaron el átomo, pues planteamientos tan radicales no conducían a nada en una época que carecía de los avances técnicos de la actualidad. Pero la filosofía quedó para siempre polarizada en ABSOLUTO y RELATIVO. Platón, por ejemplo, se emparenta claramente con Parménides. Aristóteles, aunque no atomista, se sitúa más cerca del otro polo, es decir, del mundo físico natural.

            Pero una última reflexión. Si el átomo que plantearon los antiguos filósofos griegos resultó ser más tarde una realidad objetiva demostrada científicamente, ¿por qué no ha de corresponder a la entidad generadora del átomo en filosofía, al Ser de Parménides, también una realidad, objetiva o subjetiva, demostrable o indemostrable, accesible o inaccesible científicamente? ¿És esta realidad el estado del Universo anterior al Gran Estallido?


                                                                              *   *   *

     *    Se puede objetar que el átomo si divide a su vez en partículas subatómicas, de las cuales algunas serían las fundamentales, como los quark y los electrones. Pero ello supone pasar a un nivel de resolución en el que las concepciones de nuestro mundo cotidiano a las que estamos acostumbrados dejan de tener sentido para dar paso a un mundo desconcertante y fantasmagórico. Se puede considerar aún al átomo como la última instancia antes de que el mundo que nos es familiar se diluya. No creo que convenga aquí substituir los átomos como indivisibles por las partículas subatómicas fundamentales.
 
                                                                                                José María Albanell

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