Pocos inventos deben haber influido tanto en la evolución
del pensamiento y la visión de las cosas en Occidente como el descubrimiento de
la perspectiva y su aplicación en las artes. Tal descubrimiento se produjo en
el Renacimiento y se atribuye a Brunelleschi, el famoso arquitecto que
construyó la cúpula de la catedral de Florencia, il Duomo.
La importancia de la cuestión estriba en que la perspectiva,
a la manera de una fotografía, reproduce la visión que tenemos de las cosas con
una objetividad científica. Como la fotografía, se atiene a las leyes físicas
que sigue la luz al atravesar una lente, el mismo mecanismo que se produce en
nuestros ojos a través del llamado “cristalino”, lente natural que nos permite
la visión al enfocarse los rayos de luz procedentes de los objetos en la
retina. Aplicado a la reproducción de la realidad sobre un plano (un lienzo, o
el soporte que sea en pintura o dibujo), ello reproduce la visión exacta que
tenemos del espacio y de los objetos que éste contiene al ser trasladados a un
plano. Con ello la pintura sin duda pierde en subjetividad y simbolismo, pero
gana enormemente en objetividad. La perspectiva aplicada con rigor exorciza
todos los fantasmas y visiones subjetivas distorsionadas que pudiéramos tener
de las cosas trasladándonos a su realidad objetiva, científica. Sin duda, antes
de su incorporación al arte, las gentes ya se habían ido paulatinamente
aproximando a esa visión más real del mundo exterior. Si en la Edad Media la
carga del simbolismo (a través de la religión) era inmensa, al penetrar la
religión en todos y cada uno de los aspectos de la vida, ya en el siglo XIII el
“mundo”, la realidad objetiva exterior, vuelve a penetrar en nuestras vidas a
través del interés cada vez mayor en los objetos, el comercio, la artesanía, la
economía, que cada vez van cobrando mayor importancia. El remate, la
confirmación de este interés por lo externo, como opuesto a lo
subjetivo-religioso-interior, es el descubrimiento, la aceptación y utilización
de la perspectiva, ese ahuyenta-fantasmas que obliga a colocar cada objeto
corpóreo en su lugar en el espacio de visión y con sus correspondientes y
verdaderas proporciones y ángulos. De repente, el espacio científico ha
desterrado a buena parte de la representación simbólica, que a partir de ahora
se las tendrá que componer para
expresarse dentro de él y sus leyes, debiendo forzosamente contar con esa
versión objetiva de la realidad.
"La Ciudad Ideal", Piero della Franchesca
"La Ciudad Ideal", Piero della Franchesca
Desde luego, por mucha perspectiva que haya, siempre habrá
en la pintura, por ejemplo, una componente irreductible de subjetividad. No hay
dos pintores que pinten el mismo tema exactamente igual. Y esa es la
potencialidad artística de la pintura. Pero la perspectiva, que se practicó
desde entonces preferentemente hasta el siglo XIX, en cuya segunda mitad se
volvió otra vez al predominio del subjetivismo, significó en su tiempo un
avance en la “verdadera” visión y reproducción de los objetos, realzando su
individualidad y aproximándonos a la visión causa-efecto de la naturaleza sin
la distorsión de elementos fantásticos que escapan a las coordenadas
espacio-temporales (en todo caso, esos elementos fantásticos y simbólicos
debían ahora ser reproducidos en el marco de un espacio real). No cabría pues,
como en épocas anteriores a la perspectiva, guiarse por una jerarquía
conceptual o simbólica (como en la Edad Media), en que los personajes y los
temas principales se reproducían en un tamaño mayor según su importancia, por
ejemplo Jesucristo y la Virgen María por encima y en un tamaño mayor que los
Apóstoles, y éstos por encima de otros Santos, y estos a una escala también
mayor que el resto de los personajes que aparecen en la pintura o la escultura
(de ahí lo de simbolismo jerárquico). Al representar la perspectiva cada uno de
los objetos y personajes en su dimensión real, lógicamente nos aproximamos a la
realidad objetiva de las cosas, y esa visión, ese cambio de paradigma, nos
acerca mucho más a lo que luego será la Nueva Ciencia, la física, la mecánica,
en que se adquirirá la facultad de experimentar científicamente con ellas,
realizando mediciones de las que luego se intentarán inferir leyes matemáticas
que determinarán su comportamiento (no sólo ya para la perspectiva o en un
intento de aplicar la proporción y la matemática al arte).
Al reproducir los objetos y los personajes en un lienzo en
sus proporciones reales, tal y como los vemos cotidianamente, ello nos acerca
también a una visión real de nosotros mismos como seres individuales. Quiero
decir que en la medida en que somos capaces de individualizar más y más a los
objetos y personajes que nos rodean, también somos capaces de tomar mayor
conciencia de nuestra propia individualidad (y del lugar que ocupamos en el
espacio, de quién somos para los demás y para nosotros mismos). Y así lo vemos
también en la pintura del Renacimiento, en que cada vez los personajes aparecen
con mayor realidad en sus gestualidad y expresiones, representando en cada caso
el rol que quiere atribuírseles.
No tardará en aparecer la Teoría Heliocéntrica de Copérnico,
según la cual es la Tierra la que gira alrededor del Sol, en lugar de lo que
hasta entonces se había creído, que el Sol giraba alrededor de la Tierra. De
este modo, la Tierra pierde su lugar como centro del universo para pasar a ser
uno de los planetas que giran alrededor del Sol junto a los demás. Este
descubrimiento astronómico, cuando se reconoció más tarde, fue la piedra
angular de un cambio de paradigma al que llamamos “La Revolucióin Copernicana”.
No sólo la Tierra, sino también el Hombre, deja de ocupar su posición central
en el Universo. Como en la perspectiva, se pasa de una visión subjetiva de las
cosas, centrada en uno mismo, a un modelo RELATIVO del cosmos, en que cada cosa
se encuentra en relación individual objetiva respecto a las otras.