domingo, 8 de septiembre de 2019

Fotos Juan Córdoba (Arenys de Mar antiguo)




















































EL MISTERIO DE LA METÁFORA



EL MISTERIO DE LA METÁFORA

En el mundo tecnológico en el que nos desenvolvemos estamos acostumbrados a una visión causa-efecto de la realidad. Unas cosas actúan sobre otras, el taco golpea la bola de billar, que a su vez choca con otra y la pone en movimiento; la llamada de teléfono que recibí en el fijo hizo que me despistara y se quemara la cena; al salir tarde del trabajo llegué a casa tarde y mi mujer se enfadó, no tuvimos relaciones sexuales esa noche y un hipotético embarazo de mi mujer no tuvo posibilidad alguna, de modo que nunca conoceremos al hijo que pudo haber sido engendrado ese día. Y así, entre cadenas de causa-efecto y explicaciones causales (o que queremos encasillar en explicaciones causales) tienen lugar nuestras vidas. Cierto que hay otras cosas, los sentimientos, el amor, nuestros gustos y aficiones particulares, la empatía…pero todo ello tiene lugar en un segundo plano que alivia y permeabiliza la sequedad del primer plano, el causal, que se desenvuelve en una realidad que aspira a la materialidad fáctica y concreta y a la lógica. Es decir, nuestra vida actual tiene lugar principalmente en el marco de unas coordenadas espacio-temporales. Y nuestro tipo o modo de lenguaje adolece también de esas características. Mientras nos movemos en esas coordenadas “normales” no hay problema, todo está claro y tiene su explicación racional. MI madre está de mal humor porque… porque su nieto se ha manchado la camiseta nueva recién estrenada de barro a los cinco minutos de cambiársela (CAUSA ---------- EFECTO). Todo lo que no entra en ese plano de “normalidad” de la realidad tendemos a no considerarlo tanto como lo que sí consideramos real de verdad. Un sueño: para qué cuenta o sirve un sueño, al fin y al cabo. Una metáfora, menuda majadería fantasmagórica, caprice de Dieu de las figuras literarias. Menuda exquisitez para uso exclusivo de estilistas, literatos, filósofos.

Pero no nos damos cuenta de que la vertiente simbólica del lenguaje, en la que entra también la metáfora, aunque inconsciente, persiste y nos acompaña constantemente. Del mismo modo que podemos ver en el metro una mujer, pero de esa mujer llega a nuestros sentidos y a nuestra alma una impresión muy diferente (y eso a nuestro pesar) si la vemos guapa o fea, agradable o desagradable, modesta o altanera. Toda nuestra vida, por debajo de las explicaciones y pensamientos racionales, está sumergida en ese mundo de las emociones y los símbolos, por mucho que queramos oponernos a él o ignorarlo. Es éste un plano ineludible de nuestra realidad, existe y no hay manera de aniquilarlo. De este plano nace la metáfora y lo simbólico.

Nuestro lenguaje cotidiano tiende a la concreción, por lo general, pero ¿Consigue alcanzarla? Lo que nos dice la palabra “ÁRBOL” pretendemos saber muy bien de qué se trata, pero ¿alcanzamos con ella la realidad? O se trata más bien de un término que nos es útil... ¿Se agota la realidad de un determinado árbol con la palabra “árbol”? Se dirá que es un término genérico con el que nos referimos a una serie de cosas concretas, los árboles. Pero, ¿Se agota la realidad de un árbol con la palabra ÁRBOL (con el concepto ÁRBOL)? ¿Lo hemos dicho todo ya sobre ese árbol, o ese árbol que pretendemos reducir a concepto esconde también una realidad mucho más viva, compleja y rica, más REAL y viva, tras su faceta que nosotros le imponemos, tanto conceptual como material?. No se trata aquí de detalle. El árbol lo podríamos describir: es así y asá, tiene ramas, raíces, hojas, células. Es una planta arbórea de la familia de las… y el generó de los… y de la especie de las... etc. Y ya está. ¿Aquí se termina la realidad de ese árbol? Y así, todas las cosas de este mundo. Antiguamente se hablaba de la esencia de las cosas. Con el pensamiento científico actual, que influye en nuestra visión de las cosas poderosamente, la esencia ha quedado exorcizada y ha sido expulsada del mundo de las cosas. Ha sido reducida y aniquilada. Nada se oculta tras el árbol. El árbol es lo que vemos y podemos describir de él.

Y con estas bases conceptuales se escriben las novelas, aunque éstas juegan con ese soporte conceptual del lenguaje descriptivo para, casi mágicamente, conseguir escapar de él. Y es que a poco que nos descuidemos el lenguaje cobra vida, y esa vida no viene de la descripción, del concepto, sino de otro plano. Aunque se llegue a ello indirectamente a través de ese juego con el concepto y la descripción. Y es que el concepto y la descripción no agotan la realidad, que irremediablemente se cuela por los intersticios. Y la figura más flagrante por donde se cuela esa REALIDAD la hemos llamado metáfora.

Consideremos una metáfora: “Los ojos de Elena son el mar”. Ese enunciado es, tomado literalmente, irracional. Cómo va a ser el mar los ojos de Elena, que vive físicamente tan lejos del mar, en Zaragoza, supongamos. El mar es una ingente cantidad de agua salada que cubre las tres cuartas partes de la superficie del planeta. El mar no puede SER los ojos de Elena. Pero ante esa patente imposibilidad, nos detenemos a pensar que han podido querer decirnos con eso. Está claro que aquí el sentido literal no cabe: es falso. Por lo tanto debemos encontrar otro sentido a la frase. Deberemos liberar el mar de su condición física espacio-temporal y encontrar lo que puede tener de oculto a nivel subjetivo para poder atribuirlo a los ojos de Elena. Posiblemente han tomado las cualidades subjetivas, aquello que el mar evoca, la impresión que produce en nosotros, para equipararlo a los ojos de Elena hasta el punto de decir que SON EL MAR. Posiblemente están diciendo que en los ojos de Elena se percibe fluidez, una cualidad acuática emocional, profunda, misteriosa, difusa, que evoca sentimientos lejanos e intemporales, estados inconcretos, sin forma definida, que nos trasladan y nos sumergen en la inmensidad de lo absoluto. Ojos que acaso hayan visto el surgimiento y la desaparición de civilizaciones en el fluir de las corrientes y contracorrientes, pleamares y bajamares del tiempo. Ojos intemporales. Todo eso y muchísimas más cosas puede evocarnos esa frase. De hecho, aquí hemos tenido que liberar el mar de su condición espacio-temporal para acceder a lo que evoca el Mar en su dimensión simbólica, onírica. Y hemos enriquecido la descripción de los ojos de Elena con algo que (si bien existente como corpóreo y material en el mundo de las cosas) en su dimensión subjetiva se constituye aquí como simbólico. Hemos tomado para la metáfora la dimensión simbólica del mar.

Eso es lo que acontece con la metáfora. Pero en el símbolo tomamos el camino opuesto. Empezamos ya directamente por tomar el mar como símbolo: “El Mar”. Y de aquí deducimos mil y una cosas y situaciones que tienen que ver con lo que el Mar simboliza. Estamos ya ante un símbolo, que podemos llamar también “Neptuno” (dios del Mar para los Romanos), o “Poseidón” (dios del mar para los griegos), o “Piscis” (doceavo signo  del Zodíaco), o quizás “Segmento Doce”. Hemos rescatado la visión artística de la REALIDAD, visión onírica y subjetiva, nocturna, mística, y esa realidad sí que ahora se empieza a presentar más completa.

Todo esto se asemeja mucho, si es que no es lo mismo, a la platónica “Teoría de las Ideas”. En efecto, las cosas de este mundo no serían según Platón sino copias imperfectas de las Ideas eternas y perfectas (sin duda secuelas del SER de Parménides) que pertenecerían a tal mundo intemporal de las Ideas. Esa segunda dimensión  de las cosas, esa implicación de las cosas en ese segundo plano o mundo de lo simbólico podría  apuntar de alguna manera a restablecer la completitud en ese sentimiento de imperfección, de quizás limitación hacia las cosas materiales (o también conceptuales)  que nos rodean cotidianamente. Todas esas dimensiones subjetivas de las cosas son desdeñadas por la ciencia. Al fin y al cabo, la ciencia objetiva ha conseguido ser lo que es hoy en día  a través de un largo trayecto en que se ha ido liberando del componente simbólico de la realidad. Pero ello no quita que las cosas, diferenciadas ahora en su realidad objetiva, se encuentren sumergidas en un océano de subjetividades (en su relación con nosotros y entre ellas mismas), relacionándose unas con otras en un plano simbólico de intersubjetividades mutuas. Quizás las cosas, los entes mismos que se pueden distinguir en el universo, no sean, en última instancia, sino resultado de mutuas intersubjetividades entre unas partes y otras del universo, aunque es difícil pensar que incluso la materia, los átomos y las partículas subatómicas hayan podido nacer de tales interacciones subjetivas. ¿Cómo se podría llegar a convertir lo subjetivo en lo perdurable, estable, condicionado y material (a través de sus propias leyes subjetivas), en objetivo? Hoy en día no lo podemos comprender, aunque quien sabe si alguna vez lo lograremos.

Pero tengamos en cuenta que no hace muchos siglos esos planos o componentes objetivo y subjetivo de la realidad se encontraban en un estado mucho más combinado, mezclado, indiferenciado de lo que se encuentran ahora. La ciencia moderna a partir de Galileo y Newton se fue liberando del componente simbólico de la realidad. Pero anteriormente el mundo y el pensamiento estaban aún teñidos e indiferenciados del plano simbólico. Seguramente la diferenciación de lo objetivo de lo simbólico ha sido un doble logro, ya que a su vez el plano subjetivo ha quedado diferenciado del objetivo y podemos ahora considerarlo por separado.

Ese plano subjetivo no es otro que el que nutre la vida y las manifestaciones artísticas en  el hombre. Desde que apareció la ciencia moderna, el arte también ha seguido una senda paralela autónoma, pero ejerciendo como función secreta una labor de compensación de los estragos causados por la abstracción del pensamiento científico, muy radicalizado y determinista en el siglo XIX, y que coincidió en esta época con el surgimiento del Romanticismo. ¡Qué aparente incongruencia!... El Positivismo por un lado, y en la misma sociedad (y en el mismo período) el Romanticismo por otro, con toda la carga de insensatez e irracionalidad que llevaba consigo. Tras la prevalencia de la racionalidad, la correcta moral y el control de las emociones y los instintos que caracterizó la Ilustración y el “Siglo de las Luces”, especialmente en la segunda mitad del XVIII (léase la podada y cuidada naturaleza en los jardines de Versalles, la emocionalmente contenida música de Haydn, e incluso de Mozart, la inspiración de la antigüedad clásica en la escultura, la pintura y la arquitectura), y aunque este siglo Barroco, Rococó y Neoclásico gozó también de la compensación de un pre-romanticismo opuesto al neoclasicismo, y movimientos como el ”Sturm und Drang” (Tormenta e Ímpetu), renace a continuación en el XIX aún más diáfanamente la fuerza del sentimiento religioso y mítico anterior, pero metamorfoseado, adaptando una forma distinta, más interiorizada e individualizada, en el Romanticismo. Aparecen incluso hacia la segunda mitad de siglo XIX la Teosofía y los movimientos espiritistas y orientalistas. Es evidente que los dos planos de que hablábamos, el objetivo (la ciencia) y el subjetivo (el arte) están diferenciándose cada vez más, impulsándose mutuamente uno al otro en su oposición. El subjetivo terminará desembocando, aunque buscando el reconocimiento de la ciencia, en la nueva psicología, con Freud. Se “descubre” esa entidad en la psique del hombre denominada “El Inconsciente”. Ello constituye sin duda uno de los momentos más cruciales de la separación de los planos subjetivo y objetivo. Un hito en la diferenciación de las funciones.

El arte cada vez se desentiende más de la racionalidad y se vuelve cada vez más hacia la interioridad subjetiva, pierde la función de ser más o menos reflejo fiel de la realidad externa y la interpreta cada vez más libre, subjetiva y autónomamente. Impresionismo, Expresionismo, Fauvismo, Cubismo, Surrealismo, etc. Y por otro lado la ciencia, que en un momento dado llega a creer que el edificio de la física no dista ya mucho de estar completado, se encuentra con nuevos fenómenos que ponen en tela de juicio sus logros y desestabilizan su optimista visión de sí misma. Años más tarde aparecerían la Teoría de la Relatividad de Einstein y la física cuántica, junto a la división del átomo en componentes más pequeños o partículas subatómicas. 


Cabe preguntarse… ¿A dónde nos conducirá ese proceso de diferenciación de ambos planos? Evidentemente, textos que en el pasado se tenían por válidos, hoy en día no pasan la criba de la racionalidad si los consideramos en su sentido literal. No sólo relatos míticos de la antigüedad (y también de pueblos y tribus primitivas existentes en la actualidad), sino también episodios de la Biblia y de las Sagradas Escrituras del cristianismo y el judaísmo. ¿Qué significa que Josué, en mitad de una batalla contra los amorreos que les es favorable, detenga el curso del Sol y de la Luna para poder obtener el triunfo definitivo en la contienda? En cuanto al curso del Sol, sabemos que no es el Sol el que se mueve naciendo por el horizonte y elevándose y poniéndose luego por poniente, sino que es la Tierra en su movimiento de rotación la que crea tal efecto. Si la Tierra se detuviera en seco en su movimiento de rotación se armaría una tremenda. Como en la metáfora, o le encontramos un sentido simbólico al relato, o no tiene sentido alguno. Lo que colaba hace cuatro siglos ahora se nos presenta como una incongruencia. Lo mismo ocurre con el Génesis de la Biblia, o con el Apocalipsis de San Juan.

Pero ¿hacia dónde nos conducirá este proceso de separación de planos en el futuro? ¿Cuál es la tendencia? El desarrollo del plano objetivo parece bastante evidente. La ciencia y la tecnología actuales, racionalmente aprovechadas, terminarían con los problemas de las necesidades básicas a nivel mundial. Aunque en un mundo tan absurdo e irracional como en el que nos encontramos ello puede tardar siglos aún en llegar. Ha de haber un cambio de valores en la humanidad para enfrentar los retos que ello requeriría. Pensemos solamente en los avances que podrían tener lugar en las energías alternativas, la construcción de viviendas con nuevas tecnologías, o en la producción de alimentos. La tarea pendiente de este plano es evidente. También en combatir los retos que tiene planteada la humanidad con el cambio climático, catástrofes naturales, etc. Es una gran esperanza para la humanidad, sólo la estupidez o la inmadurez de la humanidad en ese nuevo estadio de la globalización frenan hoy en día esos logros. Falta de sabiduría. Es necesario un cambio de chip, que puede tardar aún más de un siglo en llegar. El egoísmo, la indiferencia, el afán por la acumulación de riquezas como meta y más alta aspiración en la vida. El querer tener más bienes que los necesarios para nuestro disfrute y seguridad. Como puro deseo de poder, competición y ostentación.

Para que todo ello cambie es necesaria una nueva escala de valores, una nueva visión y concepción de la vida que sustituya los antiguos usos y valores por otros. Sin embargo, por el contrario, la tendencia hacia el desarrollo del plano objetivo-científico-tecnológico en sí mismo está llegando a un punto de absurdo y saturación, como podemos comprobar y practicar todos los días en las redes sociales, telefonía móvil, etc.


Y ¿Hacia dónde nos puede conducir el plano subjetivo? Hasta ahora más bien ha estado en un segundo plano, es decir, su función ha sido hasta ahora compensatoria de la función principal, que ha recaído sobre el plano objetivo. ¿Podría ocurrir que hubiera un cambio de posiciones y el plano subjetivo llegara en un futuro no muy lejano a prevalecer pasando a ser su función la más importante, aquella que más motivaría y absorbería la atención y los intereses de la gente, situándose en una posición central que irradiaría hacia los demás aspectos y actividades de la cultura? No es imposible, aunque, según el estado actual de las cosas, es muy difícil de concebir o imaginar. Pero pensemos que eso ya ha ocurrido otras veces en la historia. Efectivamente, el período del Imperio Romano dio paulatinamente paso en su desmoronamiento a un mundo en que el Cristianismo como religión llegó a regular y formalizar todos los aspectos, filosofía y visión de la vida. Es un cambio que tampoco nadie en su tiempo debió ser capaz de predecir, puesto que visto desde la perspectiva que dan los siglos, tampoco encontramos ningún indicador  que pareciera preverlo manifiestamente. Incluso siguiendo con cierto detalle la historia del advenimiento del Cristianismo todo parece deberse a  casualidades, al azar y a caprichos del destino, aunque sin duda debieron  haber poderosas razones y factores ocultos para que las cosas fueran de ese modo. Todo lo concerniente a Constantino, que acabó legalizando el Cristianismo como religión del Imperio Romano, aparece como algo casi mágico, aun considerando los posibles intereses políticos del emperador. ¿Qué hubiera pasado si Constantino no hubiera ganado la batalla del Puente Milvio contra Majencio en el año 312 d.C., o si sus sucesores no hubieran seguido la misma política hacia los cristianos? Y esos valores que representaba el Cristianismo, al cabo de unos siglos, ya en la Edad Media y desaparecido el Imperio Romano, eran los valores subjetivos propiciados por una religión alrededor de la cual se ordenaba y orientaba el mundo. 


Pero hoy en día, después de la muerte de Dios proclamada por la intelectualidad occidental, el existencialismo y el laicismo asumido por la mayoría de los estados, no parece haber una religión con visos de ir aumentando sus fieles y feligreses hasta tal punto que pudiera dentro de algún tiempo sustituir el pensamiento científico dominante. Pero los ciclos nunca se repiten exactamente de la misma manera. Hay movimientos crecientes actualmente que sí que podríamos atribuirlos al plano de lo subjetivo, como el ecologismo, lucha contra el cambio climático, feministas, LGBTI, antirracistas, animalistas, igualitarios, ONGs, que si bien no se puede decir que formen una religión, sí que apuntan hacia unas ideas y actividades con un fuerte componente altruista, humanitario, emocional y espiritual, en clara oposición hacia la ideología económica, política y científica dominante. Se dirá que muchos de esos movimientos están muy ligados a la ciencia o nacen directamente de ella. El cambio climático, el ecologismo ciertamente son resultados de observaciones científicas, pero es el resultado al que apuntan tales observaciones el que nos hace movernos y conmovernos, no el método científico en sí mismo y por sí mismo. ¿Podrían esos movimientos llegar a dar un vuelco, ser un  germen que llegara a consolidar una ideología o espiritualidad y convertirse en una alternativa como lo fue el Cristianismo para el pensamiento, prácticas, usos, ideología y, en definitiva  el “sistema” del Imperio Romano? ¿Y el arte, qué tendría que ver con ese vuelco, con esa nueva alternativa? ¿Y la metáfora?