domingo, 5 de abril de 2020

REALIDADES MÚLTIPLES


REALIDADES MÚLTIPLES. (del antiguo Nautilus) 

            ¿Tiene cada época histórica un espíritu que la caracteriza, una atmósfera irrepetible que la envuelve y da color y sentido a sus acontecimientos y manifestaciones, obsesiones y esperanzas, pecados y virtudes, vivencias y supervivencias, heroicidades y absurdas mezquindades?
            Si es así, la idea de los "paradigmas", que Kuhn ha aplicado a la historia y evolución de la ciencia, no se restringiría tan sólo al ámbito científico, sino que se extendería a todos y cada uno de los aspectos  de la cultura en un determinado "tiempo" (incluido, por supuesto, los de la vida cotidiana).
            A lo largo del siglo XVII, tras las variadas y múltiples tendencias que florecieron durante la expansión renacentista, el pensamiento se va definiendo y plasmando alrededor de una serie de figuras que se centran en la investigación empírica y experimental de la naturaleza.
            Por primera vez en muchos siglos se utiliza en la exploración de la naturaleza una herramienta racionalmente pura, desprovista de la contaminación de todo contenido simbólico: el número. No hay una gran diferencia entre el descubrimiento realizado por Pitágoras de que las notas musicales corresponden a razones numéricas simples entre las longitudes de la cuerda que las produce y las relaciones numéricas que Galileo encontró entre el espacio recorrido y el tiempo transcurrido para el movimiento del péndulo o la caída libre de los cuerpos. Pero se da entre ellos una diferencia fundamental: Pitágoras reconocía el valor numinoso o simbólico de los números, mientras que Galileo lo pudo ignorar totalmente. Tras un milenio y medio de cristianismo, los dioses habían dejado paso a un sólo Dios, y todo lo numinoso podía en última instancia ser atribuido al Ser Supremo. El cuatro, pues, era el cuatro, que no la Tétrada pitagórica; y el dos el dos, que no la Díada; y el diez el diez, que no la Década; y el Uno en uno, y no más. Con el aspecto únicamente dimensional del número, se pudo a la larga llevar a cabo un vaciado de contenido simbólico total de la naturaleza (aunque ni Galileo, ni Kepler, ni aún el mismo Newton, llegaron a conseguirlo completamente).
            Esta nueva tendencia es la que da ánimos a Descartes para desembarazarse de los antiguos conceptos y nociones aristotélicas de la escolástica (preñadas aún de contenido anímico-simbólico), a la que rechazó globalmente, y a Locke a sentar las bases de lo que luego sería el "empirismo inglés".
            Hoy en día, sin duda, nos encontramos en una coyuntura que en nada desmerece a esos primeros pasos mágicos de nuestros primeros científicos, a través de los cuales fueron haciéndose conscientes de que la matemática y la geometría no eran tan sólo construcciones abstractas creadas por el pensamiento, sino que además constituían leyes que regían el comportamiento del mundo natural: que no eran tan sólo invenciones de la mente humana (o manifestaciones de la divina), sino que también se encontraban dadas afuera, constituyendo el mundo físico exterior.
            En los siglos posteriores, el papel de las matemáticas en el estudio de la naturaleza se hizo cada vez más imprescindible y fundamental, hasta el punto de hoy en día en el que, en la investigación de la física de partículas subatómicas, se han hecho tan exclusivamente determinantes que llegan a hacernos creer que el mundo está constituido por relaciones numéricas que de alguna manera han venido al ser.
            ¿Pero puede llegarse a pensar, como algún científico de gran relevancia ha manifestado, en un Dios matemático creador del Universo? ¿Pueden las matemáticas tal como las entendemos dar cuenta total y definitiva de todo lo que acontece?
            Quizás el primer límite impuesto a las matemáticas como herramienta de investigación de la naturaleza fue el "principio de indeterminación" de Heisenberg, pilar fundamental de la física cuántica, según el cual no puede calcularse con exactitud la velocidad y la posición de una partícula al mismo tiempo. Ello, por sí sólo, destruye la imagen idealizada que nos había dado la física clásica de un mundo determinista, cuya máxima expresión es la famosa convicción de Laplace: si en un momento dado pudiéramos conocer con exactitud el estado del universo, seríamos capaces de determinar también como sería éste en un instante futuro.
            Pero, junto al principio de indeterminación, no deja de ser menos chocante y sorprendente la paradoja cuántica de las "realidades múltiples", tanto más si consideramos que constituye la alternativa interpretativa más coherente, simple y natural para comprender como funciona y se desenvuelve el mundo a nivel  cuántico.
            Partamos de un determinado estado cuántico del universo. Según pensaba Laplace, a partir de tal estado deberíamos ser capaces de predecir el estado cuántico en un momento futuro (ello con la salvedad de que, en el mundo cuántico, pasado y futuro no tienen el sentido que les atribuimos ordinariamente, considerándose reversible la dirección de la flecha delo tiempo -simetría temporal-). Pero ello no es así, pues a cada interacción cuántica no corresponde una sola alternativa de la realidad, sino varias, sin que haya nada ni nadie, al margen del azar y de la probabilidad, capaz de predecir cuál será la resultante. Esta teoría de los universos múltiples puede representarse también en forma de árbol. El tronco, que correspondería a un universo particular se subdividiría entonces en diversas ramas, y éstas a su vez en otras, y así sucesivamente, siendo el tronco a su vez una rama más de otro árbol... y así hasta el infinito. Hay científicos que incluso han llegado a imaginar para cada alternativa cuántica posible un universo real distinto, igualmente válido. De este modo, podemos imaginar que mientras en un universo estamos lavando los platos, en otro paralelo igualmente real, aunque inconexo, estamos leyendo el periódico.
            Pero esta interpretación, que puede ser simpática para dos, tres, quizá cuatro universos paralelos, e incluso un buen estímulo para los relatos de ciencia ficción, se convierte en totalmente absurda, por indemostrable que sea científicamente lo contrario, si pensamos en la infinita cantidad de universos paralelos reales que estarían coexistiendo independientemente.
            Llegados a este punto, parece incluso más plausible introducir un principio acausal (no causal) que nos ayude a hilvanar las sucesivas alternativas cuánticas que de hecho tienen lugar, descartando las otras alternativas, posibles científicamente, pero quien sabe si simbólicamente no óptimas o armónicamente inadecuadas, que empecinarse en que la matemática aplicada a la física agota todos los aspectos posibles de comprender el orden del universo. Es aplicar simplemente la navaja de Occam, y optar por la sencillez. Es como si los números, que han determinado la evolución de Occidente durante varios siglos, nos estuvieran diciendo: "Hasta aquí podemos llegar, éste es nuestro límite. Para saber más, buscar por otro lado."
            No estaría pues de más, que con infinito cuidado y prudencia, comenzáramos a considerar la otra vertiente de la realidad, la acausal-simbólico-interna-subjetiva, como opuesta a la causal-conceptual-externa-objetiva. Prevemos, sin embargo, que no será ésta una posición fácil de mantener.  


                                                                                                José María Albanell